273. CONTINUACIÓN

CELIA:

En ese momento, comprendí que el mundo de los Garibaldi no era blanco o negro, sino un lienzo pintado con todos los tonos de gris. Eran capaces de la mayor crueldad y del amor más puro, todo en el mismo corazón.

Mientras observaba a esta familia de asesinos abrazarse con lágrimas en los ojos, me di cuenta de que había entrado en un mundo donde las reglas normales no se aplicaban. Un mundo donde el amor y la muerte bailaban un tango eterno, y donde yo, para bien o para mal, ahora era parte del baile.

Todos estábamos conmovidos por el intercambio entre los ancianos. La abuela Rubicelda, con lágrimas en los ojos, se giró hacia su esposo, el patriarca Garibaldi.

—Perdóname, querido —dijo con voz entrecortada—. Perdóname por no creer en tus palabras y avisar a mi hermana dónde estaba. Jamás imaginé... —Un sollozo interrumpió sus palabras, y el anciano la abrazó con un amor infinito, sus propios ojos brillando con lágrimas contenidas.

—No importa ahora, q
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