CAPÍTULO 31. Te gustaban los salvajes, ¿no?
Narra Irina
Sé que soy patética, ilusa y hasta boba, porque me enamoré en tan solo días de un hombre al cual no conocí bien. Únicamente creí en sus palabras, y eso fue lo único que bastó para mí. Pero ahora tampoco deseaba salir con Miguel y sonreír ante el mundo como si no hubiera sucedido nada, cuando él hace apenas una hora me golpeó hasta que no pudo más, y todo el cuerpo me duele.
Sin embargo, más me dolía el orgullo de saber que tengo que ocultar con maquillaje los moretones e ir agarrada de su brazo, fingiendo ser la esposa feliz, ahora que no lo soy. Porque cuando verdaderamente creí serlo, él me encerró en esta hacienda, y yo, por ingenua, supuse que mi esposo no tenía tiempo para mí. No obstante, tiempo era lo que le sobraba al desgraciado, porque se la pasaba con Clarisa, mientras yo esperaba por él. Le expuse mi negatividad de no querer asistir a esa cena, y se me quedó viendo por un rato prolongado; no sé si molesto o qué, pero en su mirada veía a un diablo que nunca ante