Capítulo 46. Entre notas y promesas
Amy Espinoza
Después del despido de Camelia, y de nuestra conversación, me llevó al salón de ensayo. Estaba tan silencioso que podía escuchar el sonido de mi propio corazón golpeando en mi pecho.
Cada vez que ponía un pie aquí, me sentía en medio de un campo de batalla invisible. El piano negro esperaba, brillante, con las teclas que parecían cuchillas listas para recordarme mis derrotas.
Tragué saliva, dudando un instante antes de sentarme en el banco. Mis manos sudaban y el eco de las noticias aún vibraba en mi mente como un fantasma cruel. “Fracasa estrepitosamente”, “La eterna promesa rota”. Frases que no podía borrar.
Respiré hondo. Lo único que me mantenía allí era la certeza de que no estaba sola.
Cuando alcé la vista, lo encontré a él, apoyado en el marco de la puerta. Maximiliano me observaba con esos ojos cambiantes que nunca sabría describir del todo: a veces azules, a veces verdes, otras grises, y en otras oportunidades una mezcla de todos esos colores, pero siempre i