Capítulo 34. Devuélveme la voz.

Maximiliano Delacroix

Salí de la sala con pasos largos y tensos. Mi respiración aún era un gruñido contenido, y la mandíbula me dolía de tanto apretarla. Amy me había sacado de quicio. Otra vez. Su terquedad, su miedo, esa forma en que se encogía delante de un instrumento como si fuera una víctima condenada a la derrota, me molestaba profundamente.

No soportaba verla así. No porque me diera lástima, sino porque me incendiaba la impotencia. Yo sabía lo que tenía dentro, el talento que ella misma enterraba bajo capas de miedo y de recuerdos podridos. Y verla rendirse me provocaba una furia incontenible.

Cerré la puerta tras de mí con demasiada fuerza, y el golpe seco resonó en el pasillo como un cañonazo.

—Maldita sea… —murmuré entre dientes.

Pero entonces la vi.

Mía estaba allí, sentada en una sillita baja, con las piernas colgando, como si hubiera estado esperándome. Sus ojitos estaban aguados, brillantes, llenos de lágrimas. Me miraban con esa mezcla de curiosidad y tristeza que solo
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