Capítulo 31. Un hombre oportunista.
Adrián Soler
El eco de las risas de Luciana aún flotaba en mis oídos cuando salí al balcón del penthouse. Ella se había quedado en la sala, hablando por teléfono con una de sus amigas frívolas, contando la misma historia por quinta vez. “¿Viste a Amy? Fue patético. Una vergüenza total”.
Yo, en cambio, encendí un cigarrillo y observé las luces de la ciudad extendiéndose como un tablero de ajedrez.
La imagen de Amy en ese escenario volvió a mi mente, nítida. No como la veía Luciana, una mujer rota, una fracasada, sino como la vi yo, temblorosa, débil, con los ojos brillando de miedo. Y aunque cualquiera pensaría que me alegraba, lo cierto es que algo en mí se revolvió.
La deseaba.
Sí, aún la deseaba.
Era absurdo, lo sabía. La había dejado, la había destrozado mil veces de manera sutil, porque eso funcionaba con ella, y, sin embargo, mi cuerpo aún recordaba la manera en que me miraba cuando creía que yo era el centro de su mundo. Amy tenía esa devoción estúpida que me alimentaba el ego c