Capítulo 29. El rumor de la impostora.
Amy Espinoza
El beso fue breve, pero ardiente, como una chispa en medio de la oscuridad. No hubo dulzura, no hubo calma, fue un choque de emociones contenidas, de rabia, de necesidad, de todo lo que ninguno de los dos se atrevía a decir.
Cuando nos separamos, respirábamos entrecortados, como si hubiésemos cometido un pecado compartido.
Él me sostuvo la mirada un instante más, sus labios aún tan cerca que pude sentir el calor de su aliento.
No dijo nada. Yo tampoco.
El mundo se me quedó en silencio después del beso. No había murmullos, ni risas, ni el eco de mi fracaso. Solo el calor de sus labios aún prendido en los míos, como una marca imposible de borrar.
En ese silencio estaba todo: mi miedo, su certeza, y la verdad innegable de que, por primera vez en mucho tiempo, alguien creía en mí más de lo que yo misma lo hacía. Y eso me asustaba más que cualquier fracaso.
Me quedé quieta, aturdida, sin saber si había sido yo la que lo buscó o él quien me atrapó. Lo único cierto era que habí