Capítulo 258. Cuando el cuerpo cede, pero el alma no.
Amy Espinoza
Las dos horas que prometió Villalba sentí que pasaron como si fueran semanas.
Era como si el tiempo hubiera decidido torturarme de otra manera: no con silencio… sino con expectativa.
Cada segundo se estiraba, pesado, como si tuviera piedras colgando de los minutos.
Mía ya estaba despierta, sentada entre Adrián y yo, con su peluche contra el pecho. Me miraba cada cierto tiempo para asegurarse de que yo todavía estaba allí. Era impresionante lo mucho que un niño podía entender sin que uno le explicara nada.
Adrián me ofreció un jugo y yo negué. Mi estómago estaba cerrado por completo. Solo podía pensar en la puerta de cuidados intensivos.
A las 7:19 a.m., exactamente, esa puerta se abrió.
La enfermera asomó la cabeza.
—Señora Delacroix… puede pasar.
El corazón se me fue a los pies. Me puse de pie tan rápido que la silla hizo un ruido feo contra el piso. Mía se aferró a mi mano.
—¿Puedo ir yo también? —preguntó.
La enfermera sonrió con tristeza.
—Todavía no, mi amor. Más tar