Capítulo 236. El alivio de Max.
Maximiliano Delacroix
A mi petición, aparecieron los bomberos y un personal de rescate, comenzaron a trabajar rápido.
El agua golpeaba los restos calientes, levantando vapor blanco. Cada chorro apagaba un poco de fuego, pero no devolvía nada de lo perdido.
Yo no podía quedarme quieto. Caminé hacia lo que quedaba de la entrada principal, buscando cualquier rastro humano.
El guardafangos quemado en manos de los técnicos me quemaba la memoria.
—Señor, llegaron las retroexcavadoras —avisó un guardia.
—Quiero un perímetro seguro. Si hay riesgo de derrumbe, lo sostienen con puntales. Si no pueden sostenerlo, igual lo abren —respondí.
No me importaba lo que se hiciera; de todas maneras, la casa ya estaba perdida. Lo que quería encontrar era vida.
Dos perros de rescate entraron, guiados por expertos. Olfateaban entre el humo y el concreto. Cada vez que uno ladraba, mi corazón se detenía y luego volvía a la vida de golpe.
Pero seguían avanzando sin marcar nada preciso.
Uno de mis hombres cor