Capítulo 202. Alguien siguiendo sus pasos.
Adrián Soler
Salí a pie al final de la tarde, impulsado por una necesidad visceral de espacio y silencio.
No tenía ganas de conducir, de encerrarme en la jaula de acero y vidrio oscuro de mi coche, ni de ver mi propio rostro pálido y marcado reflejado en ella. Solo anhelaba respirar un aire que no supiera a presión, a cámaras ocultas, ni a la culpa pegajosa que se me había adherido a la piel.
El día estaba gris, plomizo; parecía que el cielo mismo cargaba con el peso de los problemas de los hombres, imitando mi humor sombrío.
Caminé sin rumbo fijo, dejando que mis pasos me llevaran hasta un supermercado corriente a varias cuadras del edificio donde vivía. El lugar era anodino, fluorescente e impersonal.
Mi compra fue un acto mecánico: agua, pan, café, jamón, queso, y unas galletas que ni siquiera me gustaban, pero que compraba por pura inercia, un vestigio de una normalidad que ya no existía.
La cajera, una mujer joven de mirada esquiva, me reconoció al instante. Sus ojos se posaro