Capítulo 109. Quien tiene el poder.
Maximiliano Delacroix
El salón entero pareció contener el aliento cuando terminé de hablar. La última frase, ese “usted decide cuál método prefiere”, quedó flotando en el aire como un cuchillo recién afilado.
Podía oír el latido en mis sienes, acompasado al murmullo cada vez más débil de los invitados. Nadie se movía. Nadie osaba tragar saliva demasiado fuerte.
Mis ojos se clavaron en José Velasco.
Mi progenitor. El hombre que me había dejado con seis años en brazos de una madre rota. El mismo que ahora pretendía que su apellido fuera para mí el reflejo de autoridad, me burlé dentro de mí.
José dio un paso hacia mí, lento, como si cada centímetro que avanzaba le costara un trozo de su orgullo. Su chaqueta, impecable hacía apenas un par de horas, estaba arrugada. El sudor le perlaba la frente a pesar del frío de la madrugada. Pero su voz, cuando habló, todavía intentó mantener el tono de quien cree que sigue mandando.
—Estás excediéndote, Maximiliano —dijo, grave, mirándome de arriba