Capítulo 108. El método que prefiera.
Maximiliano Delacroix
El murmullo de la multitud todavía resonaba cuando los agentes se llevaron a la niñera. Las luces de las patrullas parpadeaban en las paredes como relámpagos azules y rojos, bañando de un resplandor de guerra el salón de los Velasco.
La mujer iba encorvada, arrastrando los pies, y yo no aparté la vista de ella hasta que el portón se cerró tras su figura. El frasco de pastillas seguía tibio en mi mano. Lo apreté hasta sentir el plástico ceder, como si en ese gesto pudiera desahogar un gramo de la furia que me quemaba.
Se lo entregué a uno de los oficiales, y fue justamente en ese momento, cuando vi a Rodrigo que se había retirado con Esteban. Abrirse paso entre la gente. Su expresión era una mezcla de urgencia y alarma. Traían el ceño fruncido, como si las malas noticias, la trajeran tatuadas en la frente.
—Jefe —dijo Rodrigo, inclinándose apenas para que su voz no se perdiera en el barullo—. Tenemos un problema.
Un problema. En mi cabeza, esa frase sonó como una