Capítulo 110. Todo va a estar bien.
Mía Soler
La noche se me hizo eterna.
Me acosté en la cama rosada que parecía sacada de una foto de revista, con todas esas muñecas mirándome como si estuvieran vivas, con sus ojos grandes de vidrio y sonrisas que nunca se borran. Al principio traté de abrazar a una, para no sentirme tan sola, pero su cuerpo era duro, no calentito como el de mamá cuando me arropa. No olía a flores ni a suavizante. Olía a plástico.
Me tapé con las cobijas, escondí la cara contra la almohada, y aun así, las lágrimas no pararon de bajar. Cada vez que cerraba los ojos, veía la cara de mamá buscándome, o a Max contándome un cuento mientras yo me dormía. Y entonces el pecho me dolía como si alguien me apretara fuerte con la mano.
Lloré hasta que los ojos me escocieron. Las muñecas seguían ahí, mirándome, y yo pensaba que si le hablaba a una, tal vez me contestaría. Pero no lo hicieron. El silencio en ese cuarto era tan grande que podía escuchar cómo mi corazón hacía “pum, pum, pum”, como si también llorara