63. La mujer más feliz del mundo

Tras un sueño que se sintió eterno, con las fosas nasales inundadas de un conocido olor, el alma le regresa al cuerpo. Azucena abre los ojos.

Una lámpara blanca la recibe. Sus ojos agrietados no se mueven del techo, en busca de respuestas. Tiene que asegurarse que no es un sueño, o una pesadilla. No hay nada que le indique lo contrario porque, ya empieza a visualizar somnolienta todo el lugar apremiado en silencio y blancura. Aparatos a su alrededor que sólo pueden indicar una sola cosa: un cuarto de clínica.

Azucena tose, y mira sus manos y su cuerpo arropado por una sabana. ¿Está sola? ¿Qué sucedió? ¿En dónde está? Teme a la soledad, porque ni su familia ni Rafael están a su lado. ¿Se imaginó todo lo anterior? ¿Qué es lo que sucede? Por más que quiera moverse no puede. No hay dolor, pero sí incomodidad. Su boca está seca, y duele su rostro. Serán los golpes. ¿Todavía tiene sangre? Se toca la nariz. No. está limpia.

Se mira las palmas y también las intravenosas.

¿Qué ocurrió? No sabe
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