31. Sospechas claras
Toma de sorpresa las palabras de su esposo. Azucena enrojece de la vergüenza con semejantes palabras. La expresión de Marlene no ayuda para nada.
—Eh, señor —carraspea Marlene, bajando la mirada—. No creía que estaba ocupado.
—¿Qué sucede, Marlene? —Rafael continúa. Azucena se muerde su mejilla dentro de la boca para no perder necesariamente la cordura. La mano de su esposo no deja su pierna.
—¡Sí! ¡Sí, claro! Eh, tenemos unas cuantas firmas de usted en espera. Aquí tengo los papeles.
—Si eso es todo ya puedes retirarte —no escucha odiosidad en el tono de su marido, simple profesionalismo. Rafael recibe los papeles.
La sonrisa de Marlene tiembla. Ahora que ya no puede estar más aquí porque claramente algo interrumpió mira a Azucena por unos intervalos de segundo. Una última vez Marlene sonríe y deja la oficina en un santiamén.
Azucena suelta todo el aire de sus pulmones, hastiada en el fondo de seguirle la corriente a éste hombre. Al escuchar la puerta de la oficina se pone de pie y e