La mesa ya estaba puesta para los cinco, y el mero olor de la comida despertó realmente mi apetito por primera vez desde que reaccionara en Reisling.
—¡Niños! ¡A lavarse las manos y a comer! —llamó Mael, apartando una silla para mí.
Los niños corrieron al baño riendo mientras él continuaba hacia la cocina. Lo observé con curiosidad, porque era la primera vez que lo veía desenvolverse con tanta soltura en un quehacer tan doméstico como servir el almuerzo. Y adiviné que en las últimas semanas debía haber adquirido práctica, mientras Enyd cuidaba de mí día y noche.
Comenzó a traer platos hondos rebosantes de caldo de verdura para él y los niños, que llegaron corriendo y riendo. Se sentaron flanqueándome, y Malec se trepó a mi falda muy decidido, regalándome una gran sonrisa al acomodarse en mis rodillas.
—¿Te llevo tu plato ahora? —preguntó Mael con la mente, y noté que los niños no parecían escucharlo.
—No, luego, por favor.
Asintió levemente,