—¡Risa! —llamé, pero no obtuve respuesta.
Tal vez hubiera debido intentar la voz de mando, pero no quería asustar a los niños que acompañaban a mi pequeña. Además, despertaría a todos junto al peñasco y no habría forma de impedirles que se sumaran a la búsqueda, por muy cansados y hambrientos que estuvieran.
Tal vez pecaba de arrogante, tal vez pecaba de tonto, pero quería ser yo quien la encontrara. Estaba harto de depender de los otros hasta para comer. Aún era Alfa, con un demonio. Y buscaba a mi Luna, a mi compañera, a mi esposa. Ya había estado bien de dejar que los otros hicieran el trabajo por mí.
Risa calló mientras me internaba más y más en el bosque. Seguí llamándola a intervalos regulares, pero jamás respondió. Imaginé que se había dormido.
La nieve que se colab