En aquella planicie desierta, la nieve era un manto regular salpicado de diminutos montículos, y las huellas de Risa eran aún más claras que las que siguiéramos hasta entonces.
Nos condujeron en línea recta al Launne y la estrecha franja boscosa que flanqueaba sus orillas. Allí pudimos acampar por primera vez a cubierto del frío glacial que barría la estepa, con un buen fuego que nos permitió recuperar la movilidad de nuestros dedos ateridos.
Mis hermanos menores y los hijos de Mendel se dispersaron en busca de leña y comida, mientras los hijos de Mora cuidaban de los caballos. Mientras Mendel y Ragnar montaban las tiendas, me ocupé sacando lo que precisábamos de las alforjas, luchando por mantener mi frustración bajo control.
No había vuelto a escuchar a Risa, y no podía llamarla mucho sin matarnos a todos de mareo y jaqueca.
Por algún motivo, aún no recuperaba por completo mi capacidad de cerrarme y dirigir mi voz mental únicamente a quien quería que me