Mal que le pesara a mi ansiedad, mi cuerpo agradeció la oportunidad de pasar la noche bajo techo y junto al fuego, con el estómago lleno.
Ragnar aún intentaba recuperar la calma después de semejante descubrimiento, que parecía haberlo arrastrado a un torbellino de recuerdos y emociones del que le costaba terminar de salir.
Y a mí no me hacía gracia comprender lo que le ocurría por experiencia propia, pero no que pudiera cambiarlo.
Después que los demás se fueron a dormir, él, Mendel y yo nos recluimos en la pequeña habitación donde nos vistiéramos, bien provistos de leña, una modesta segunda cena y todo lo necesario para prepararnos tanto té como quisiéramos.
Mendel sabía que no me interesaban los pormenores de lo que estaba ocurriendo en el frente, pero se empeñó en ponerme al tanto.
Los ataques desde la retaguardia habían sido un éxito. El ejército de vasallos había llegado al valle del Faol diezmado por las bajas y las deserciones, para terminar