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Regresamos al castillo al día siguiente, Mael, Dugan y los niños en cuatro patas y Aine y yo a caballo. Ella no había vacilado en prometer que guardaría nuestro secreto hasta que yo decidiera hacerlo público, y luego de escuchar lo que su abuela había hecho para lograrlo, hasta me aconsejó que me lo tomara con calma y esperara al menos diez años para dejarme ver en cuatro patas.

—¿Por qué diez años? —inquirí con curiosidad.

—Porque para entonces, hasta el más distraído notará que has dejado de envejecer como los demás humanos y comenzarán a hacer preguntas.

—¡Envejecer a los treinta! —se burló Mael.

—A esa edad nosotros apenas calificamos como Omegas, pero ellos ya empiezan a perder los dientes.

Cruzamos el prado todavía riendo, aunque procuramos recuperar la seriedad antes de

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