Logan respiró hondo, tratando de contener la tormenta que llevaba dentro. Se limpió las manos manchadas en la tela de su pantalón y caminó con pasos firmes hacia la habitación. Cada paso lo alejaba del peso de la sangre y lo acercaba a lo único que lo mantenía en pie: ella.
Al abrir la puerta, la vio. Mía estaba de pie, con el rostro cansado y los ojos llenos de miedo e incertidumbre, pero al verlo aparecer, se lanzó directamente a sus brazos. Lo abrazó con fuerza, como si temiera que se desvaneciera frente a ella.
—Logan… —susurró con un hilo de voz, temblando contra su pecho.
Él la sostuvo con la misma intensidad, hundiendo su rostro en el cabello de ella, cerrando los ojos como si ese contacto fuera lo único real en el mundo. Lentamente levantó su barbilla con una mano firme, obligándola a mirarlo. Sus ojos se encontraron, profundos, oscuros y vulnerables a la vez.
—Ya pasó… —murmuró Logan, acariciándole la mejilla con suavidad—. Nadie volverá a tocarte, te lo prometo. Eres mía, y