Para mayor vergüenza del astil, mi carcajada fue imitada por el resto de los hombres, que no fueron capaces de contenerse.
—Sabía que este viaje sería divertido —declaré, fingiendo ignorar el verdadero peligro al que nos exponíamos.
—Me alegra que su majestad se divierta —respondió el pelirrojo, secándose el agua que cubría su rostro arrugado.
Continué avanzando y él me siguió. Nuestro séquito finalmente se dividió, dejando a unos cuantos hombres a cargo del carruaje y las pertenencias, que tendrían que aguardar a que la corriente descendiera un poco, para aventurarse a cruzar.
En cuanto llegué a la otra orilla, no tardé en agradecerles a los soldados de la casa del agua y corrí a resguardarme en la capa que el pelirrojo me ofrecía. Le sonreí para que no se preocupara, después de todo me parecía que habíamos compartido una aventura digna de recordar y todavía nos quedaba mucho por delante, así que incomodarnos no ayudaría.
— Estamos muy cerca del campamento de Dátlael— anunció el asti