Helena miró su reflejo en el espejo.
Le dio un vistazo a la pequeña marca en su cuello. Trazó la diminuta línea con las puntas de su dedo. Otra vez iría a ese lugar, a pesar del corto tiempo que transcurrió.
―¿Estás segura de que debes ir? ―preguntó Linda, su madre.
―Sí, debo hacerlo ―respondió Helena.
Con nerviosismo, Linda alisó la falda del vestido color peach que casi hizo juego con el cabello de su querida hija.
―Él me prometió cuidarte, pero aun así me preocupa ―dijo Linda y colocó una chaqueta blanca en los hombros de Helena.
―Lo hará, si no quiere arruinar sus planes ―habló Helena con seguridad. Su madre, afligida, quiso protestar―. Mamá, esto es importante, luego de este año todo será diferente. Estoy muy segura.
Linda admiró la convicción de su hija, pero el miedo no desapareció.
Helena salió de la habitación de su madre con un rostro serio. No sonrió, no lloró, se mantuvo sobria para evitar que su madre se preocupara.
Odió ocultarle asuntos, pero no podía contarle nada hasta