El dolor de cabeza distanció a Helena de la discusión.
A gritos, Gloria reclamó a Russell sobre todo lo ocurrido. El enorme hombre de pie, frente al escritorio de su madre, se mantuvo callado en todo el momento.
No la miró, no reaccionó, no respondió a los comentarios hirientes, no hizo nada. Solo recibió la furia explosiva de su madre hasta que los ojos de Gloria se fijaron en Helena.
―¡Y tú! ¡¿Con qué permiso te moviste?! ―Ladró con ira.
El cuerpo de Helena tembló ante la poderosa aura de la Luna de la manada. Russell se movió por fin y bloqueó la vista de su madre, protegiendo a Helena de aquella aterradora aura.
―¡¿Qué haces?! ―gritó Gloria.
Russell le dio una mirada en advertencia a su madre. La dama apretó los dientes con ira, debido al simple gesto que no hizo más que lanzar más leña al fuego.
―Le recuerdo que es mi esposa ―dijo Russell―. Por favor, no sea muy dura con ella ―pidió con calma, sin desprecio ni miedo.
Gloria abrió los ojos y la boca con sorpresa. «¿Quién eres?», s