No es una actuación.
No hay nada de fingido en la forma en que sus labios se funden con los míos, en cómo su otra mano se apoya en mi cintura, como si necesitara asegurarse de que no me vaya a escapar.
El murmullo de la sala desaparece. Las luces, la música, las mesas, todo se desdibuja. Solo quedamos nosotros.
Su boca se mueve contra la mía con una mezcla de furia contenida y deseo reprimido, y me sorprende lo fácil que es olvidarme de que esto empezó como una farsa. Mis dedos se enredan en su camisa sin darme cuenta. Lo atraigo más, queriendo sentir cada parte de su cuerpo, de su fuego, de ese algo que hace que el mundo entero se derrumbe y se reconstruya con él como centro.
Él gime bajo, apenas audible, y ese sonido se cuela por mi pecho como un rayo. El beso se vuelve más profundo. Más urgente. Me muerde el labio inferior como si fuera una promesa y una advertencia al mismo tiempo. Y yo… yo me pierdo. Me pierdo en su olor, en su calor, en esa forma en la que su lengua roza la mía,