No es una actuación.No hay nada de fingido en la forma en que sus labios se funden con los míos, en cómo su otra mano se apoya en mi cintura, como si necesitara asegurarse de que no me vaya a escapar.El murmullo de la sala desaparece. Las luces, la música, las mesas, todo se desdibuja. Solo quedamos nosotros.Su boca se mueve contra la mía con una mezcla de furia contenida y deseo reprimido, y me sorprende lo fácil que es olvidarme de que esto empezó como una farsa. Mis dedos se enredan en su camisa sin darme cuenta. Lo atraigo más, queriendo sentir cada parte de su cuerpo, de su fuego, de ese algo que hace que el mundo entero se derrumbe y se reconstruya con él como centro.Él gime bajo, apenas audible, y ese sonido se cuela por mi pecho como un rayo. El beso se vuelve más profundo. Más urgente. Me muerde el labio inferior como si fuera una promesa y una advertencia al mismo tiempo. Y yo… yo me pierdo. Me pierdo en su olor, en su calor, en esa forma en la que su lengua roza la mía,
El trayecto de vuelta al hotel es silencioso, pero no incómodo. La ciudad sigue su curso, las luces de los edificios parpadean a lo lejos y el ambiente sigue cargado de esa energía cálida de la noche, pero a medida que nos acercamos al hotel, algo en mí comienza a cambiar.Lo que comenzó como una noche llena de risas y momentos inusuales, empieza a tener un sabor agridulce. La idea de que todo esto es solo un fugaz sueño, una ilusión pasajera, me golpea con fuerza. Mi mente, a veces más sabia de lo que quisiera, me recuerda que la promesa que Alejandro me hizo no es real. Esta "relación" no es más que eso: un contrato, una actuación, algo que, en el fondo, ambos sabemos que no tiene futuro.Nos detenemos frente al hotel y, por un instante, no sé qué hacer.—Gracias por todo hoy —le digo.Él me sonríe, pero algo en su mirada me hace sentir que sabe lo que pasa por mi cabeza.—Ha sido un buen día —responde, aunque su tono se percibe ligeramente más serio, como si él también notara que a
Alejandro reaparece con una camisa blanca remangada y pantalones caqui claros. Parece salido de una publicidad de perfume italiano y, aunque intento no mirarlo demasiado, mis ojos no me obedecen. Me visto sin apuro, eligiendo un vestido color lavanda con flores rosas que compré sin pensar en usarlo.—¿Qué planes tienes para hoy? —inquiero, rompiendo el silencio con voz tranquila, como si no acabáramos de dormir abrazados, como si no hubiera existido ese beso, esas caricias, esa noche.—Dormir, ignorar mi teléfono y desayunar como un rey. Ese es el plan —dice mientras se pone un reloj de muñeca, sin mirarme—. Pero...Se interrumpe justo cuando su celular vibra sobre la mesita de noche. Lo mira y suspira. Luego me lanza una mirada que no sé si es de resignación o de incredulidad.—¿Qué pasa? —pregunto, arqueando una ceja.—Es mi papá —comunica.—¿Todo bien?—Sí… —Alarga la palabra con desconfianza, como si no entendiera del todo lo que acaba de leer—. Nos invita a un brunch.—¿Un qué?—
Lo miro como si me estuviera hablando en otro idioma.—¿Y ellos saben que es tu ex? ¡Me dijiste que nunca habías presentado a nadie! —exclamo con tono sorprendido.—Es cierto, no presenté a nadie… formalmente —expresa, encogiéndose de hombros como si estuviera diciendo algo obvio.—¿Entonces saben que salía contigo? —vuelvo a preguntar.Mi cabeza da vueltas. ¿Cómo puede ser que su familia la haya invitado sin saber todo? ¿Cómo Martín tiene la desvergüenza de aparecer aquí tan campante, como si nada hubiera pasado?Parpadeo varias veces, como si así pudiera acomodar las piezas de ese rompecabezas absurdo.Alejandro se lleva una mano a la nuca, frotándose con fuerza, visiblemente incómodo. Sé que odia este tipo de conversaciones profundas; normalmente esquiva todo con una broma o una sonrisa ladeada, pero esta vez no.Esta vez suelta un suspiro largo, cansado, y gira para mirarme de frente. Su expresión seria me alerta. No es la típica fachada de "todo está bien". No, ahora es diferente
Cruzamos el jardín con paso seguro. Alejandro mantiene su brazo firmemente rodeando mi cintura. En cada paso, siento el calor de su mano en la curva de mi espalda, el roce sutil de sus dedos contra mi vestido y esa tensión casi eléctrica que vibra en el aire. Fingimos. Claro que sí, pero hay algo en su agarre, en la manera en que nuestros cuerpos se adaptan sin esfuerzo, que me hace preguntarme si seguimos actuando... o si ya no podemos dejar de tocarnos.La galería cubierta está llena de mesas altas con bocadillos elegantes, copas de cristal y gente riendo con moderación. Es el tipo de reunión donde todo parece perfecto, pero sabes que hay cuchillos invisibles detrás de cada sonrisa.—¿Lista para dar el mejor show de tu vida? —murmura él, con la boca cerca de mi oído. Su voz es baja, íntima, peligrosamente real.—Estoy empezando a pensar que ya no estamos fingiendo tanto como creemos —le respondo sin mirarlo, sintiendo el calor de su mano en mi piel, su pulgar dibujando un semicírcul
«Necesito vacaciones con suma urgencia», pienso mientras realizo mi rutina matutina: ir al baño, cepillarme los dientes, darme una ducha mientras sufro porque la calefacción no funciona, tomar un té de manzanilla con pan y salir corriendo para no llegar tarde al trabajo.Después de dos autobuses y un taxi, siento que mi estrés está por alcanzar su límite. No puedo creer que llevo tres años trabajando en una agencia de viajes y aún no he tenido vacaciones.La rutina en la agencia es agotadora: atender a clientes que buscan organizar sus vacaciones soñadas, resolver problemas de reservas, lidiar con cambios de itinerarios. Todo se ha convertido en una especie de tormento diario. Además, las interminables reuniones y las exigencias de mi jefe, Alejandro, quien siempre parece estar un paso por delante y espera que todos sigamos su ritmo, no ayudan.Finalmente llego a la oficina, justo a tiempo para evitar una reprimenda.—Buenos días —saludo con una sonrisa forzada, ocultando mi falta de
Por la noche hago una videollamada con Claudia, mi mejor amiga, mientras cocino algo de arroz para cenar.—¿¡Cómo que vas a ser la esposa de tu jefe!? —repite Claudia, sus ojos abiertos llenan la pantalla de mi teléfono.—¡Su falsa esposa! —aclaro rápidamente, agitando la cuchara de madera como si pudiera dispersar la sorpresa—. Mira, lo que menos me importa es eso, yo solo quiero vacaciones… Estoy cansada del trabajo y de lo monótona que es mi vida. Además, tampoco va a ser tan difícil, ni siquiera tengo que darle besos ni dormir con él.Claudia ladea la cabeza, con expresión incrédula.—Pero ¿no te parece raro que te haya elegido a ti?—No, me dijo que es porque soy la única soltera y sin hijos de la empresa, y es cierto. También está Elena, la otra soltera, pero ya tiene sesenta años y dudo que quiera presentarle a alguien mayor a sus padres… —replico, revolviendo la comida con la cuchara de madera. Chasqueo la lengua al notar el arroz pegándose al fondo de la olla. El olor a quema
Llego a casa después del día agotador y me dejo caer en el sofá con una taza de té caliente en las manos. Mientras soplo la superficie del líquido para enfriarlo un poco, enciendo la computadora y abro mi cuenta bancaria para verificar el saldo antes de planear las compras que Alejandro sugirió.Cuando veo la cifra en pantalla, casi se me sale el corazón por la boca. Parpadeo, me froto los ojos y miro de nuevo, pero los números siguen ahí. En un acto reflejo, doy un sorbo al té y termino atragantándome. Comienzo a toser mientras intento procesar lo que estoy viendo.—¡¿Qué demonios?! —exclamo, dejando la taza a un lado mientras me llevo una mano al pecho.La transferencia reciente, con el concepto "Fondo para el viaje", ha añadido una suma tan ridícula a mi cuenta que parece irreal. Marco el número de Claudia casi sin pensarlo.—¿Qué pasa ahora, futura esposa de mentira? —me saluda con tono burlón.—¡Clau, me transfirió una fortuna! —le digo, caminando de un lado a otro como si el mov