Una semana después del cierre del Vórtice, la manada de Piedra despertaba a un nuevo ciclo. La tierra, antes herida por el caos, ahora respiraba con lentitud. Las raíces se afianzaban, los brotes brotaban como promesas. Pero esa mañana, no solo el bosque celebraba. Hoy, los corazones también se unían bajo la luna.
Lía se miró en el espejo de obsidiana que las curanderas habían preparado para ella. Su vestido ceremonial era blanco como la escarcha lunar, bordado con runas ancestrales en hilos de plata. La capa era de terciopelo azul oscuro, con el símbolo de la marca en el centro, irradiando poder y destino. Su cabello caía en ondas suaves, adornado con pequeñas flores de luna que brillaban como si fueran parte del cielo.
Maelys le acarició la mejilla.
—Estás hermosa, hija de la luna.
—Y temblando por dentro —respondió Lía, riendo con nerviosismo.
—Es porque lo que harás hoy no solo es un ritual. Es un pacto de alma. Un sello que ninguna oscuridad podrá romper.
En otro extremo del clar