Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre la manada como una advertencia. No era una tormenta común: el cielo sangraba. Nubes violáceas se arremolinaban con furia sobre el campamento, y los árboles más viejos crujían como si sus raíces sintieran un terror ancestral.
Ardan corrió hacia la zona de vigilancia. Desde lo alto de la torre de piedra, observó cómo una grieta de energía oscura se abría entre el bosque. No era una herida física, sino una brecha en el tejido mismo de la realidad.
—¡Es el umbral! —gritó—. ¡Se está abriendo antes de tiempo!
Los guerreros se prepararon. Maelys, que había regresado de su búsqueda con el tótem del sacrificio, tomó su lugar junto al círculo ritual. Sus ojos brillaban con una conciencia distinta, como si su viaje hubiese despertado algo más allá de la comprensión humana.
Mientras tanto, en la montaña, Kael se detuvo abruptamente. La nieve tembló bajo sus pies y una ola de escalofrío más profunda que el frío natural lo recorrió. Su pecho ardía donde la