El viento nocturno azotaba el campamento como si presintiera el caos que se avecinaba. La luna, apenas asomando entre las nubes, bañaba el bosque con un resplandor pálido y ominoso. Todo estaba en silencio. Pero era ese silencio tenso, denso, que precede a la tormenta.
Lía no podía dormir. Sentía la marca en su espalda arder como si una brasa se hubiera encendido bajo su piel. No era dolor... era urgencia. Era fuego contenido a punto de estallar.
Kael, tendido a su lado, también parecía inquieto. Sudaba. Se revolvía. Como si luchara contra algo en sueños.
Cuando ella se incorporó, él la siguió.
—¿Lo sientes? —susurró Lía.
—Sí. Es como si algo dentro de mí gritara por ti. Como si necesitara fundirme contigo para no perder la razón.
El momento fue eléctrico. Los ojos de Kael brillaban con ese tono plateado que sólo aparecía cuando su lobo tomaba el control. Y ella... ella lo deseaba con una intensidad que dolía.
No dijeron más.
Las manos se buscaron con desesperación, arrancando ropas c