La batalla rugía en dos frentes.
En el Valle, los árboles ardían, las piedras crujían, y los gritos de los moribundos llenaban el aire con ecos de guerra. Los ancianos protegían los vestigios del linaje lunar, rodeados por fuego y traición.
A unos kilómetros de allí, junto al canal del río, Kael sangraba.
Su brazo izquierdo colgaba sin fuerza, roto por el impacto de una lanza envuelta en magia corrupta. Su pecho subía y bajaba con dificultad, mientras los últimos dos enemigos se acercaban como hienas. Lo querían agotado. Lo querían de rodillas.
Y por un momento, casi lo logran.
Cayó. Una rodi