—Te lo dije —susurró, apartando con delicadeza un mechón de cabello que caía sobre mi rostro, y lo deslizó detrás de mi oreja con la yema de los dedos.
—¿Qué cosa?
—Que siempre serías mía…
Solté una risa suave, divertida, y me giré con pereza antes de incorporarme hasta quedar de pie. El aire nocturno rozó mi piel desnuda, provocándome un leve escalofrío.
—¿Dónde está mi ropa? —pregunté mientras me rascaba la cabeza, enredando los dedos entre los mechones revueltos.
—No, así estás perfecta —dijo él, con el cuerpo relajado sobre la alfombra, la espalda apoyada contra el suelo y los brazos cruzados detrás de la cabeza. Me observaba con una sonrisa satisfecha y los ojos entrecerrados—. Perfecta con ese rayo de luna iluminando tu silueta.
—Mentiroso.
Se incorporó con una agilidad felina y, en un segundo, me acorraló contra la pared. Su cuerpo bloqueó cualquier intento de escape y su aliento cálido rozó mis labios, apenas a un centímetro de los míos.
—Eres la mujer más hermosa que he vist