—Lo siento mucho, señora Draven, pero esta es mi última palabra.
—¡No puede hacer esto! Firmamos un acuerdo.
—De hecho, me han informado que, hasta que la venta no esté finalizada, puedo hacer lo que quiera.
—¿Te han informado? ¿Quién te ha dicho eso?
—Lo siento, señora. Que tenga buen día.
Me dejé caer hacia atrás en la cama. Las sábanas aún conservaban el aroma floral del perfume de Amyra, una fragancia envolvente, con notas dulces y especiadas que me erizó la piel al recordarla. La última vez que la vi estaba debajo de las tablas ardiendo, envuelta en humo y fuego, con una mirada firme, valiente... desafiante incluso ante la muerte.
Cuando llegué, la entrada principal estaba abierta de par en par. El crujir de la grava bajo mis pies apenas se oía por encima del bullicio. A lo largo del camino se alineaban varios camiones pesados, y un ir y venir constante de trabajadores inundaba la propiedad. Cargaban tablones, descargaban herramientas y extendían planos sobre capós y cajas, como