Mirándome al espejo, aquel beso se repetía en mi mente una y otra vez, como una herida recién abierta que no dejaba de sangrar.
—Los declaro marido y mujer.
La tomó por la cintura y la besó, inclinándola suavemente hacia atrás con una teatralidad que arrancó aplausos, vítores... incluso un par de aullidos eufóricos. Pero también, entre todo ese júbilo, se deslizó un gruñido sordo y desgarrador. Como un eco roto de lo que yo sentía por dentro.
Darian me soltó sin mirarme y yo huí, atravesando pasillos decorados con flores blancas y luces tenues, hasta encerrarme en el baño. Allí, refugiada entre mármoles fríos y el zumbido lejano de la música, me perdí en el reflejo opaco del espejo. Mi rostro estaba húmedo de lágrimas, mi mente era un torbellino sin sentido.
Entonces, la puerta se abrió.
Vi primero la punta del vestido azul deslizarse sobre el suelo pulido, anunciando su presencia antes que su voz. Me apresuré a secarme las lágrimas, abrí el grifo y fingí acomodarme el cabello.
—Mmm…