Podía sentir mi corazón retumbando con fuerza, como si cada latido quisiera abrirse paso a través de mis costillas. El aire se me volvió espeso, difícil de respirar, y mis pasos se aceleraron sin que pudiera controlarlos. Empujé a unas cuantas personas que me dedicaron sonrisas confundidas, ajenas al torbellino que se desataba dentro de mí.
Sin darme cuenta, me encontré en el centro del pasillo nupcial, justo en medio de la larga tela blanca que la novia acababa de cruzar momentos antes. Mi vestido rojo, vibrante y fuera de lugar, contrastaba brutalmente con el entorno pulcro y ceremonial. Sentí todas las miradas clavarse en mí como cuchillas, mientras una oleada de murmullo se elevaba desde los bancos laterales.
Y entonces, ella llegó al altar. Tomó la mano del novio con una sonrisa dulce, casi temblorosa. Sus dedos se entrelazaron y por un instante el tiempo pareció detenerse.
Kael se giró.
Nuestros ojos se encontraron.
—Kael... —susurré, sintiendo una punzada aguda, como una lanza