—La basura se sacó sola.
—Amyra...
—¿Qué? Es verdad. Lo mejor que pudo hacer fue largarse... y que ni se le ocurra volver.
Bajé la vista al suelo y suspiré, incapaz de contener las lágrimas al pensar su nombre. ¿Cómo era posible que algo que creí tan puro hubiera nacido de un odio tan profundo? El estómago se me revolvía al recordar.
Acaricié mi vientre con una mezcla de tristeza y temor, como si pudiera protegerlo del pasado.
—Todo estará bien, lobita —dijo Amyra, abrazándome con fuerza, como si con su cuerpo pudiera aislarme del dolor.
En ese instante, el timbre sonó en la puerta principal.
—Yo voy —anunció, dispuesta a actuar como siempre: rápida, decidida.
—No, no... está bien, yo voy. Quédate aquí, por favor.
Caminé arrastrando los pies, sintiendo que cada paso me hundía más en una espiral de pensamientos oscuros que me taladraban la cabeza. Tenía una jaqueca insoportable, como si mis emociones se hubieran compactado en mi cráneo.
Abrí la puerta, y ahí estaba ella: la vieja largu