La fiesta del siglo

—¿Entonces, con todo esto, podemos encargarnos de Eva y los Draven de una vez por todas?

—Unju —asintió Alan con firmeza—. Solo tenemos que seguir el plan.

—Todos los Draven... menos Kael.

Alan colocó una mano sobre mi hombro. Su mirada se clavó en la mía, penetrante, intensa.

—Todos menos Kael —confirmó con voz grave.

—¿Está segura, señorita? —preguntó el obrero con el cinturón de herramientas colgando de la cintura y los brazos cruzados sobre el pecho, mientras examinaba la puerta desvencijada de la librería con el ceño fruncido.

—Sí —respondí, lanzando una rápida mirada al reloj en mi muñeca con creciente impaciencia—. Me temo que, si intento forzar la cerradura, la puerta podría quedar destrozada.

—Entonces, cambio toda la puerta —dijo él, acomodándose la gorra—. Pero tiene que ser hoy, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—¿Estás completamente loca?

Reconocí esa voz al instante. Mi cuerpo se tensó como un resorte.

—Selyna —dije sin volverme—, ahora no es un buen momento. Tengo preparativos
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