—¿Lo mataste? —Encontré a Darian en el camino polvoriento que conducía a la cabaña. Su camisa estaba salpicada de sangre seca, el sudor le empapaba el cuello y los nudillos, rotos y amoratados, delataban la violencia reciente.
—No volverá por aquí —respondió sin mirarme, pasándome de largo con la mandíbula tensa.
—¿Pero lo mataste? —insistí, con la voz rota por la angustia.
No hubo respuesta. Solo el sonido de la puerta al cerrarse detrás de él.
Tuve que esconder las manos en los bolsillos de la chaqueta mientras me acercaba a la recepción. Mis dedos temblaban. No había rastro de policía, ni de escándalo. Pero tampoco me atrevía a subir por miedo a encontrarlo allí… muerto.
—¿Podría comunicarme con la habitación 306?
La recepcionista me miró, intentando disimular su asombro al notar los moretones en mi rostro.
—El huésped de esa habitación se marchó hace un rato —dijo en voz baja.
Está vivo. Fue lo único que resonó en mi cabeza mientras cruzaba el lobby con pasos torpes.
—Tenemos que h