Luna Rota: La Tragedia de una Familia Loba
Luna Rota: La Tragedia de una Familia Loba
Por: Liora
Capítulo 01
Cinco minutos antes de morir, mi alma abandonó mi cuerpo y flotó silenciosa hasta la sala de curación de la manada.

Allí estaba mi madre, Doña Teresa Castañeda, sentada junto a la cama de Linda Castañeda, con el rostro lleno de angustia, susurrando plegarias como si el mundo se le viniera abajo:

—Linda, no le hagas esto a mamá… si no abres los ojos, se me va a romper el corazón…

Del otro lado, la voz de mi padre, Don Rafael Castañeda, rugía como un fuego descontrolado dentro de la tienda:

—¡Si Ariana hubiera hecho bien su trabajo, Linda no estaría así! ¡Te juro que cuando la vea, le voy a arrancar la piel!

Me quedé allí, en silencio, como una sombra. El pecho se me llenó de una tristeza que no sabía cómo nombrar.

«Papá… ¿desde cuándo tu único lenguaje hacia mí ha sido el castigo? Ya no me queda piel entera que arrancar. ¿Qué más quieres quitarme?», pensé.

Varios sanadores se encontraban de pie junto a la cama de Linda, susurrando entre ellos.

Cuando confirmaron que solo tenía unos rasguños superficiales y ningún hueso dañado, uno de ellos, el más anciano, se atrevió a hablar:

—Doña Teresa… Ariana fue envenenada con plata, parece grave. ¿Deberíamos…?

El rostro de mi madre, que un segundo antes estaba lleno de ternura, se endureció de golpe, y, con un tono venenoso, lo interrumpió:

—¿Ahora quiere fingir otra vez? ¿Llorar para que alguien la compadezca? ¡Después de lo que le hizo a Linda, todavía tiene cara para hacerse la víctima!

Sentí cómo la humillación me cubría como un océano helado. Aun en forma de espíritu, el pecho me ardía.

«También soy tu hija, mamá… ¿ni siquiera eso te alcanza para mirarme una vez con compasión?»

Entonces ella intentó establecer un enlace mental conmigo.

Ni siquiera esperó a que se estabilizara el vínculo. Apenas lo abrió, me lanzó su juicio como siempre:

—¡Ariana! Desde que tu hermana llegó a la sala de curación, tú, su hermana mayor, desapareciste. ¿No te da vergüenza? ¿Así es como cuidas a tu familia?

En ese momento supe que estaba perdida. Ni siquiera notó que mi vínculo era inestable. Que estaba muriendo; que mi alma se estaba deshaciendo.

Claro, ojalá yo nunca hubiera existido. Desde el momento en que me llevaron de regreso a la manada, después de haber estado tirada en la nieve, supe que no había lugar para mí.

—Mamá… no puedo más… te lo suplico… —le rogué, temblando.

Pero ella solo me escupió una par de preguntas que me partieron el alma:

—¿¡Todavía estás compitiendo con tu hermana!? ¿¡Sabes que casi le marcan la cara con una garra plateada!?

Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó, llevándose a todos los sanadores con ella.

¿Amarme? ¿Tener tiempo para mí?

Jamás.

Solo Emilia Duarte, una joven sanadora en prácticas, se quedó a mi lado, quien, con los ojos enrojecidos, le marcó desesperada a mi madre:

—Señora… Ariana no va a resistir mucho más… su loba está a punto de desaparecer…

La respuesta de mi madre fue una risa amarga:

—¿Qué te dio, una pócima para que también le sigas el juego? ¡Ni yo sabía que tenía ese talento para manipular!

Y justo cuando terminó esa frase, Linda, que jamás había perdido la conciencia, abrió lentamente los ojos y con una voz dulce preguntó:

—Papá… ¿cómo está Ariana…?

La mirada de mi madre se iluminó al instante con una ternura cálida y profunda. Pero cuando se dirigió a mí, su voz fue tan helada como el hielo:

—¡Ariana! ¿No puedes aprender algo de tu hermana? ¡Mira cómo piensa en ti a pesar de su estado! Si no vienes en tres minutos a pedir perdón, ¡deja de llamarme mamá!

Y sin esperar respuesta, cortó el enlace.

—¿Para qué la llamaste? —refunfuñó mi padre, enfurecido—. ¡Ya bastante daño le hizo a Linda!

Mientras tanto, Linda bajó la cabeza, aparentando pesar, mientras ocultaba con astucia la sonrisa satisfecha que se le dibujaba en los labios.

—No se enojen con ella… —murmuró—. Tal vez aún me guarda rencor por aquel cupo de estudio que me dieron en Ciudad Central… es lógico que me culpe…

Solté una risa sin fuerza. No se detenía ni una vez que yo había muerto. Seguía clavándome el colmillo…

Pero yo lo sabía. Sabía que mis padres no notaban esa sonrisa falsa.

Para ellos, Linda siempre sería la niña perfecta, obediente, digna de todo amor. Jamás sabrían la verdad: que la ruta, el viaje e, incluso, cómo terminamos en la mina de plata…

Había sido planeado por Linda.

Y yo… había sido su pieza de sacrificio.
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