Lobo Blanco IX.
La luz del día me golpeó los ojos cuando salí de la cueva siguiendo el sonido de esas voces, pero no me importó.
El aire estaba extrañamente impregnado de humo y ceniza.
¿El incendio habría llegado hasta aquí?
Seguí las voces hasta darme cuenta de que, en realidad, no estaban tan cerca como lo pensaba.
—¿Por qué estamos buscando un muerto? —decía uno, con un tono irritado.
—Tax nos ordenó quemar todos los cuerpos, pero falta el suyo.
—Alfa patético… hacerme caminar para encontrar su cadáver...
El rastro de mi propia sangre era una línea sobre la tierra, guiándolos hacia mí como si fuera la cuerda que ellos mismos iban a tensar alrededor de su cuello.
No pensé. No respiré. Solo corrí hacia ellos.
El primero no alcanzó a reaccionar antes de que mis garras le atravesaran la garganta.
El segundo apenas gruñó cuando lo lancé contra un árbol, rompiéndole la espalda con el impacto.
Los demás me rodearon, confiados, creyendo que seis contra uno sería suficiente.
Me