Capítulo 99.
A la tarde siguiente me encontraba sentada sobre el tronco de un árbol caído, justo en la entrada del territorio. El sol comenzaba a caer detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un tono anaranjado que se reflejaba en la corteza del bosque.
Esperaba a mamá, pero llevaba tanto rato ahí que los minutos parecían haberse vuelto espesos, como si el tiempo se hubiera detenido.
El lobo blanco estaba a mi lado, echado sobre la hierba. Había permanecido en silencio casi todo el día, observando los límites del bosque y asegurándose de que nada se acercara.
Cuando bostezó por tercera vez, me sentí culpable.
—Lo siento —murmuré.
Giró la cabeza hacia mí, con una ceja arqueada.
—¿Por qué?
Bajé la mirada, jugueteando con una ramita.
—Porque desde que te convertiste en mi guardián no he hecho más que causarte problemas y arrastrarte de un lado a otro.
Él ladeó la cabeza, curioso.
—¿Lo dices por la vez que apuñalaste mi trasero? —preguntó con una seriedad tan fingida que tuve que soltar una carcaja