Capítulo 98.
El cansancio me pesaba como una piedra en el pecho. Sabía que tenía que comer, aunque el hambre no estuviera ahí.
Una loba de la manada me acercó un trozo de carne que sacó de su cabaña. No podíamos ir a cazar; aún era peligroso. Si los humanos regresaban buscando a los suyos, no podíamos darnos el lujo de perder más lobos.
Tomé el pedazo con manos temblorosas. Masticar se sintió como un esfuerzo gigantesco. La carne sabía a ceniza, no por su cocción, sino por el peso de lo que acabábamos de vivir.
Le di las gracias a la loba cuya mirada me decía que acababa de perderlo todo.
Cuando terminé, limpié la sangre de mis dedos y me obligué a mantenerme firme.
No podía darme el lujo de caer, no cuando había tanto por hacer.
Abrí un nuevo portal. Sentí el tirón interno, el agotamiento acumulado desde que había usado mi energía una y otra vez ese día. El sudor me recorrió la frente; mantenerlo abierto era como sostener una puerta hecha de fuego.
La imagen se estabilizó y al otro lado vi a mi