Capítulo 33.
La carrera hasta las cuevas fue una tortura. Los pies descalzos de los más pequeños se hundían en la tierra húmeda, algunos lloraban, otros eran cargados a toda prisa por quienes podían.
Cuando por fin llegamos a la zona de las cuevas, Bib encontró una lo suficientemente grande para todos, un refugio improvisado. Alzó la voz:
—¡Todos adentro, rápido!
El eco de su orden rebotó en las paredes de piedra. Los cachorros corrieron hacia el fondo y los adultos se apiñaron, buscando espacio. Bib apenas nos dio unos segundos antes de mirar a las lobas.
—¿Alguna tiene formación de combate? —preguntó sin rodeos.
El silencio fue desolador. Nadie respondió al principio. Después, algunas de las lobas de la manada de la tía Deb dieron un paso al frente. Sus expresiones eran decididas, aunque la tensión en sus mandíbulas delataba que no tenían demasiada experiencia.
—Solo lo que hemos entrenado en los últimos meses —dijo una de ellas, bajando un poco la mirada—. No es suficiente… pero