Capítulo 29.
Arthur maldijo en voz baja y llegó tambaleándose, se arrodilló para revisar al enorme lobo.
—¿Qué demonios, Alina?
Mi corazón se hundió. Recordé el frasco, mi “pequeño experimento”, y la certeza me golpeó como un ladrillazo.
—Era… era letal —susurré, con el rostro helado de miedo.
El bosque se llenó de aullidos cercanos, los lobos de las patrullas acercándose, mientras yo temblaba junto al cuerpo inconsciente del lobo blanco.
—Aún respira. Su pulso es constante… mierda. Sea lo que sea que le hayas hecho a tu espina, no lo has matado.
El alivio recorrió mi cuerpo como un golpe de aire fresco, pero apenas duró un segundo.
Arthur se levantó con mucho esfuerzo, apoyándose con el brazo contra el tronco más cercano para no desplomarse. Su respiración era pesada, irregular.
—Transfórmate y corre —ordenó, con la voz más áspera de lo habitual—. No podré llevarte en estas condiciones.
Tragué saliva, con la mirada fija en el enorme cuerpo blanco tendido en el suelo.
—No podemos dejarlo aqu