Capítulo 108.
Antes de que pudiera contestar, algo se movió entre los árboles.
Primero fue un susurro, apenas perceptible. Luego, los pasos: pesados, irregulares, acercándose desde el bosque, al otro lado del río.
El lobo blanco giró la cabeza en la misma dirección que yo, el pelaje erizado y los ojos fijos entre las sombras.
El silencio se rompió con un chasquido seco.
Entre los arbustos comenzaron a salir humanos, uno tras otro, con las caras tiznadas y las manos apretadas alrededor de sus armas. Podía ver el polvo oscuro que cubría las puntas; ese olor agrio y metálico no dejaba duda: Muerte de lobo.
Carajo.
El lobo blanco aulló. Era la señal.
Me lancé hacia adelante transformándome en un parpadeo.
De un salto crucé el río.
El primer humano gritó al verme venir, retrocedió torpemente, pero el segundo ya estaba detrás, apuntando con su arma. Salté a un lado, sentí cómo la lanza rozó mi costado y se clavó en el barro con un sonido sordo. No sangré, y de eso estaba segura porque no me dolía nada.
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