Capítulo 6: Deseo

Varek

La cena parecía que duraría siglos. 

Estaba sentado, dejando que Rowan estuviera al mando... al menos que sintiera que lo estaba.

Ya no podía tolerar la voz educada de John y la risa fingida de su estúpida mujer. Todo en ese lugar olía a hipocresía, a mentiras cubiertas por sonrisas.

Pero nada me molestaba tanto como el hecho de que ella no estuviera aquí.

Clara. 

La niña de los ojos distintos, mi compañera. 

La imagen de su rostro, con esos ojos que eran luz y oscuridad, calma y tormenta... seguía quemándome por dentro. Desde el momento en que la vi en esa fotografía supe lo que era.

Mía.

Rowan se sentaba recto, haciendo hasta lo imposible por parecer interesado en las palabras de John. 

Pero yo no podía fingir más. Estaba inquieto, rasguñándolo bajo la piel, queriendo destrozar la fachada de educación y cortesía.

"—¿¡Por qué putas seguimos aquí perdiendo el tiempo!?" —le gruñí—. "¡Ella está cerca! ¿Acaso no la puedes sentir?"

Porque yo sí podía sentirla. 

Su olor estaba en cada respiración que tomaba. Dulce y salvaje. Como el aroma de la tierra mojada después de la tormenta. 

Mi cuerpo ardía, un calor que me quemaba los músculos, y cada latido de mi corazón retumbaba con su nombre. Pero este humano tonto me ignoraba.

"—Si ese otro lobo la tocó... Lo mataré" —volví a gruñir en su mente con más fuerza.

Yya no podía contenerme más. No podía soportar la idea de que sus pequeñas manos, sus dulces labios, fueran reclamados por otro. 

Caleb. 

Ese cachorro que se creía digno de ella. 

"—Si él le puso un dedo encima… si la marcó antes que yo… lo degollaré con mis propias garras."

"—Cálmate de una vez" —renegó Rowan, su voz cargada de exasperación.

"—¡Cállate, humano!" —le escupí de vuelta.

Me encantaría poder morderle las bolas para que entendiera lo que sentía. Esta tortura no era algo que pudiera soportar mucho tiempo más.

Cada palabra de cortesía que John soltaba era como un zumbido molesto en mis oídos. No me importaba la política ni las alianzas. 

Solo importaba ella. 

Mi compañera. 

Mi mujer. 

Podía sentir la necesidad de tocarla, de asegurarme de que estaba a salvo, que nadie más la tocaba. 

Mi cuerpo entero vibraba con ese deseo primitivo.

"—Ella está aquí, tan cerca..."

El calor me subía desde la entrepierna hasta la cabeza y volvía a bajar. 

Sabía que mi respiración era más profunda de lo normal, que mis músculos estaban tensos, listos para saltar. 

Rowan intentaba controlarme, pero él no entendía lo que era ser un lobo. No del todo.

Quería levantarme de esa maldita silla y buscarla. Tomarla en mis brazos, olerla, asegurarme de que era mía y de nadie más. 

El pensamiento de sus labios, su cuello, su piel bajo mis manos, me hacía temblar de anticipación.

La risa de Nancy me sacó de mis pensamientos, un sonido tan falso que me hizo apretar la mandíbula. 

No me importaba ella, ni esta casa. 

Todo lo que importaba era Clara.

Mi Clara.

Y lo peor de todo era que Rowan aún no lo entendía. Él jugaba a ser civilizado, a ser el Alfa perfecto, mientras yo sentía cómo la llamada de ella me destrozaba por dentro.

No quedaba mucho tiempo. Pronto la encontraría. Pronto terminaría esta farsa y la haría mía.

La cena terminó por fin. 

Rowan se despidió con esas palabras educadas y esa sonrisa de cortesía que me daban ganas de vomitar. 

Caminamos por los pasillos de la casa, sentía cada latido de mi corazón como un martillo en la cabeza.

Mi humano sudaba por el calor que mi esencia lobuna desprendía. Era un calor que no era solo físico; era hambre, deseo, rabia. La mezcla de todo lo que Clara despertaba en mí.

Rowan trataba de respirar hondo, de controlarme, pero no podía escapar del fuego que me devoraba las venas.

"—Necesito verla —gruñí, casi sin voz en la mente que compartíamos."

"—Aguanta, Varek" —replicó él, pero su voz sonaba tensa, cargada de la misma electricidad que yo sentía.

Él no era inmune. Sabía que, aunque intentara hacerse el Alfa frío y calculador, la quería tanto como yo. 

Y eso me enfurecía aún más. Porque el muy maldito no estaba haciendo nada por ir a ella. 

Nos indicaron la habitación que usaríamos durante nuestra estancia. Eso me llenaba aún más de indignación. Eramos los dueños del lugar y somos tratados con simples invitados.

Rowan empujó la puerta con un suspiro y entró. Era un espacio amplio, todo madera pulida y ventanales que dejaban entrar el aire fresco del bosque. 

Pero a mí todo eso, me parecía una burla. 

Pero ahora solo quería salir de allí y buscarla.

Rowan cerró la puerta y se quedó quieto un segundo, como si necesitara tiempo para mantenerme bajo control. 

Pero yo sentía cómo le temblaban los músculos. Mi calor hervía dentro de su piel, como si su cuerpo fuera una olla a presión a punto de estallar.

"—No puedo pensar con tanto ardor" —le gruñí, cada palabra cargada de hambre y furia.

Fue directo al baño y se metió bajo el chorro de agua fría sin sacarse la ropa. Dejó que el líquido golpeara su cuerpo y resbalara por sus hombros anchos. 

Eso no fue suficiente. Se desnudó, bajando aún más la temperatura, pero el calor que nos envolvía era más fuerte.

Podía sentir su corazón golpeando fuerte, cada respiración era un esfuerzo. Cerró los ojos y apoyó las manos en la pared de azulejos, como si el agua pudiera borrar lo que sentíamos.

Pero no había agua suficiente en este mundo para eso.

Lo sentí temblar, y entonces, lo odié. 

Odié cómo intentaba calmar esa lujuria tocándose, su mano bajando por su vientre, buscando un alivio que no le correspondía.

"—¡Detente!" —rugí, la rabia explotando en mi pecho—. "¡No puedes tocarte así pensando en ella! ¡Clara tiene el derecho de ser la primera!"

Rowan se quedó quieto, el agua golpeándonos como una lluvia fría, pero yo no podía soportarlo más. 

Tomé el control. 

La línea entre su mente y la mía se volvió difusa, y cuando abrió los ojos, ya no era él.

Era yo.

La sensación de tener su cuerpo entero bajo mi voluntad era simplemente indescriptible. 

Cada músculo, cada respiración, era mío. 

Salí de la ducha con el agua aún chorreando por mi piel, los músculos tensos, la respiración pesada. 

Mi mirada era un reflejo oscuro en el espejo: intensa, salvaje. El deseo que ardía en mi interior no era solo hambre física; era algo más profundo y primitivo.

Me até una toalla alrededor de las caderas, el tacto de la tela contra mi piel apenas registrándose en mi mente. 

Mi único pensamiento era ella.

"—Mi mujer. Mi compañera," —resonó como un eco en mi mente. 

No había duda, no había cuestionamiento. Era un conocimiento tan antiguo como el amor de nuestra Diosa Luna.

La necesitaba. Tenía que verla, tocarla, asegurarme de que ningún otro lobo la hubiera marcado.

Rowan intentaba retomar el control, pero yo no iba a soltarlo. No ahora.

"—Ella es mía," —repetí, sintiendo cómo cada palabra latía en mis venas.

Abrí la puerta y salí al pasillo. 

El aire estaba frío, pero para mí solo existía el calor de su olor, su presencia. 

La casa estaba en silencio, pero yo podía escucharla a lo lejos. Sabía que estaba allí, en algún lugar. Y no pensaba detenerme hasta tenerla en mis brazos.

Mi corazón golpeaba como un tambor de guerra en mi pecho. Cada paso me acercaba más a ella. 

Y cuando la encontrara, no habría nada en este mundo que pudiera apartarla de mí.

Recorrí el pasillo, mis pies descalzos apenas haciendo ruido sobre la madera. 

El aire estaba cargado con su esencia: dulce y cálida, con ese toque de magia que solo ella tenía. 

Cada respiración me alimentaba y me quemaba a la vez.

"—Varek, espera," —murmuró Rowan en mi mente. Su voz era un susurro débil frente al rugido que me llenaba el pecho—. "Esto está mal. Debes darle tiempo. Debemos saber si realmente es nuestra compañera."

"—CÁLLATE. ES MÍA," —rugí en su mente. 

No había ni un poco de paciencia en mí.

El calor me dominaba. Sentía que mi piel estaba a punto de derretirse. Cada paso me acercaba más a ella, y la certeza de que ella me pertenecía crecía más y más.

Seguí el rastro de su olor, esa que ya me volvía loco. Cuando llegué a su puerta, contuve la respiración. Mi corazón latía tan fuerte que sentía el pulso en cada terminación nerviosa de mi cuerpo.

Rowan intentó detenerme de nuevo, pero su voz era solo un susurro. 

Yo era el que dominaba ahora. 

Yo era el instinto que no iba a contenerse más.

Sin pensarlo dos veces, empujé la puerta y entré. No toqué, no pregunté. La puerta se abrió con un susurro, y allí estaba ella.

Clara.

Sentada en su cama, ajena a mi verdadera presencia. 

Llevaba un pijama diminuto, apenas un trozo de tela que dejaba al descubierto sus piernas y la curva delicada de su cuello.

Era una visión que me borró el poco autocontrol que me quedaba.

Mi respiración se volvió más pesada, mis manos se tensaron a mis costados. 

Su aroma llenó mis pulmones, y todo lo demás se desvaneció. 

Mi mente solo sabía una verdad: ella era mía. Y no iba a permitir que nadie se interpusiera en mi destino. 

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