Rowan
El amanecer llegó sin gloria.
La plaza frente a la casa del consejo estaba cubierta de cuerpos envueltos en sábanas. Estaban esperando a ser reclamados o incinerados según la costumbre de sus manadas. El olor a sangre seca y sudor mezclado con el humo de las hogueras me arañaba la garganta.
No había nada de honor en aquella batalla. Solo pérdidas.
Me apoyé en el borde de la mesa, con la mirada fija en el mapa de la ciudad. Los puntos marcados brillaban como heridas abiertas, cada uno señalando el lugar exacto donde los vampiros habían atacado con mayor ferocidad.
En cada zona, los informes eran escalofriante similares: llegaban como sombras, veloces, directos a sus presas; mataban sin piedad y desaparecían antes de que los refuerzos pudieran siquiera oler la sangre.
Todo era demasiado calculado. Demasiado planificado.
—Algunos de ellos sabían exactamente por dónde entrar y salir —dijo el Alfa Matheus, con el ceño fruncido—. Es como si alguien les hubiera abierto la puerta y seña