Clara
Desperté con una sensación que no reconocí al principio.
Calidez.
Mi cuerpo estaba sobre un colchón blandito, rodeado de sábanas suaves que olían a jazmín y lavanda.
El aire era limpio, fresco. Un rayo de luz se colaba por la ventana alta, acariciando mi piel como una ilusión que no me atrevía a creer.
Por un segundo, sonreí.
Hasta que recordé todo.
Me incorporé de golpe.
La ceremonia. Los gritos. Rowan. La sangre.
Salté de la cama, tambaleándome por el mareo. En ese momento la puerta se abrió.
Aldric.
Tenía un aspecto más relajado. Una camisa blanca y el cabello peinado hacia atrás que lo hacían ver más joven. Su expresión se tensó al verme de pie.
—Clara —dijo, acercándose con cuidado—. No deberías estar levantada.
—Tengo que volver —contesté, la voz temblorosa—. Rowan... necesito saber si está bien. Por favor, déjame ir.
Me detuve cuando lo vi fruncir el ceño. Algo en sus ojos cambió.
—Eres su compañera, ¿verdad?
La pregunta me atravesó como una lanza.
No respondí enseguida.