El sol comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles cuando la lona de la tienda se levantó.
Darién emergió primero, flanqueado por Nyrea que, sin despegarse de él, mantenía una mano firme sobre su espalda. Aún tenía el rostro pálido y el andar pesado, pero su postura era la de un Alfa: erguido, determinado, con la mirada al frente como si desafiara al mismo destino a intentar derribarlo otra vez.
El silencio se apoderó del claro, y Kaelrik fue el primero en acercarse. Lo hizo con la gracia arrogante de siempre, pero había algo distinto en sus ojos: respeto sincero… y un toque de alivio que no quiso mostrar demasiado.
Darién lo miró fijamente, y con una ceja en alto murmuró:
—Espero que no hayas tomado en serio lo que te dije al borde de la muerte…
Kaelrik soltó una carcajada breve, ladeando la cabeza.
—Claro que no. Pensé que delirabas —y luego, más bajo, añadió con honestidad—. Me alegra verte de pie. Eres un idiota… pero un idiota duro de matar.
Darién esbozó u