El corte a los hombros le sentaba bien, las puntas rojizas brillando bajo la luz mientras las acomodaba con cuidado.
Había pasado la mañana asegurándose de que todo estuviera perfecto: se duchó con un jabón de lavanda que llenó el aire de un aroma suave, se aplicó una crema hidratante que dejó su piel tersa, y ahora estaba maquillándose con manos temblorosas pero decididas.
Un poco de base para igualar el tono, un toque de rubor en las mejillas, y una sombra dorada que hacía resaltar sus ojos verdes detrás de los lentes de montura negra. Terminó con un lápiz labial rosa pálido, presionando los labios para difuminarlo, y se miró en el espejo, soltando un suspiro largo que empañó el cristal.
—Tranquila —murmuró, sacudiendo las manos frente a ella como si pudiera desprenderse de los nervios que le zumbaban en el pecho—. Todo está bien.
Se enderezó, ajustando los pendientes de plata que destellaban con cada movimiento, y revisó su reflejo una vez más. El vestido blanco colgaba en el armar