Estaba sentada en el sofá de la sala, con las cortinas cerradas para bloquear el mundo exterior, aunque nada podía bloquear el vacío que me consumía por dentro.
Mi padre se había encerrado en su habitación, incapaz de mirarme sin romperse en llanto, y yo me había quedado allí, sola, con una taza de té frío entre las manos que ni siquiera había tocado. Todo esfuerzo, todo sacrificio, había sido en vano. El dinero de Leonardo, las promesas, las noches sin dormir... nada había salvado a mi madre. Me sentía como si me hubieran arrancado una parte de mí, y lo peor era que no sabía cómo seguir adelante sin ella.
El teléfono vibró sobre la mesa, sacándome de mi letargo. Miré la pantalla y vi su nombre: Leonardo. Dudé en contestar. Parte de mí quería gritarle, culparlo por darme esperanza falsa, pero otra parte, la más débil, anhelaba oír su voz, algo que me recordara que no estaba completamente sola. Deslicé el dedo para responder.
—Camila, ¿cómo estás? —Su voz era suave, cargada de una pr