La inocencia de Ariadna.

Cuando la cena terminó, Ariadna dejó su servilleta sobre la mesa con un suspiro.

—Me siento cansada, iré a acostarme —anunció con tranquilidad.

—Descansa, hija —dijo Leonardo con una sonrisa afectuosa. Ariadna asintió y se puso de pie. Maximiliano hizo el ademán de levantarse también, pero su suegro le detuvo con una mirada—. Quédate un poco más, Maximiliano. Podemos charlar sobre algunos asuntos.

Maximiliano, sin perder su educación, sonrió con cortesía.

—Lo siento, Leonardo. También estoy cansado por el viaje. Será mejor que descansemos, mañana será un día largo.

Leonardo observó a su yerno con una leve expresión de desaprobación, pero asintió.

—Como quieras.

—Buenas noches —dijo Maximiliano antes de seguir a Ariadna escaleras arriba.

Caminaron en silencio por el pasillo, hasta llegar a la habitación de Ariadna. Ella abrió la puerta y dejó que él entrara primero. Maximiliano dio un par de pasos, recorriendo el lugar con la mirada.

Era, sin duda, la habitación de una joven.
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